AUTORRETRATO http://05
2.5.06
  04 de octubre 05, martes.






Un sueño

Me desperté a medias, llorando, todavía metida en el sueño, un sueño lindo, placentero. Yo bajaba por la escalera de un edificio y un hombre me seguía, me abrazaba y me besaba. Me desperté justo en el beso, un beso muy tierno y a la vez muy sensual y no entendí por qué lloraba. No abrí los ojos e intenté reengancharme, concentrarme y volver al sueño, a la sensación placentera del sueño. Lo logré a medias, y volví al beso. Cuando estaba por dormirme, abrazada al hombre, metida de nuevo en la realidad del sueño, escuché el despertador de Julio (que sonó como suena todos los días, aunque nunca lo escucho). Julio encendió la radio (la enciende todas las mañanas y pone el informativo y tampoco la escucho). Encendió la radio y la voz del locutor no me dejaba concentrarme y me sacaba del sueño. Abrí apenas los ojos y me encandiló la luz tenue de la veladora. Cerré los ojos, pero sentía que la luz me atravesaba los párpados y no quería pensar en la luz, quería volver al sueño. Me desesperé, el sueño se diluía, no podía atraparlo, recordarlo, vivirlo de nuevo. Me di vuelta, dándole la espalda a la luz y me tapé la cabeza con el acolchado de flores, mullido, tibio. El olor a cama, a sábanas asoleadas me envolvió. Y traté de concentrarme otra vez. El calor y la oscuridad me adormecieron y recordé (o inventé, no sé) otras cosas que pasaban en el sueño. Escuché los pasos de Julio que se alejaban junto con el sonido de la radio. Me aflojé y me dejé ir, y volví a un momento del sueño en que estaba corriendo atrás de un león, un león grande y de color amarillento, como todos los leones; el león era peligroso porque unos niños se acercaban y el león rugía furioso, se los iba a comer, yo estaba segura, aunque una vieja que estaba a mi lado me decía que el león era manso, que no me asustara. Cambió la imagen, pero de forma muy natural, como pasa en los sueños, y me encontraba en un ascensor junto a una niña retrasada. La niña no tenía rasgos mongoloides, pero era bastante deforme, con una cabeza muy grande y el cuerpo grueso y sin curvas; y yo la cuidaba y la quería. Después, cuando me desperté, pensé que la niña también era yo, y no sé por qué me imaginé tan fea. En ese momento escuché de nuevo, a lo lejos, el sonido de la radio y me di cuenta de que Julio volvía al cuarto. Es su rutina diaria: prende la radio y va a ducharse, vuelve al dormitorio y se viste sin dejar de escuchar el informativo. Pero yo nunca me despierto, sé que es su rutina porque algún día lo vi, o son momentos sumados, ruidos, pasos, sonidos, que hacen que yo reconozca esa rutina. La radio me sacó de nuevo del sueño y la niña retrasada se desvaneció sin que yo pudiera hacer nada. Intenté concentrarme pese a que la presencia de Julio ya era notoria: una tos, el sonido seco de la radio apoyarla sobre la mesa de luz, algunos pasos, y sobre todo la voz del comentarista que me taladraba los oídos. Yo seguía con la cabeza tapada y no veía nada. Todo negro. Eso me ayudaba y logré volver al sueño en el momento del beso, que se ve que era lo que más me interesaba, por lo menos a nivel casi conciente quería volver a sentir esa ternura indescriptible que sentí al momento de despertarme. Volví al beso y en ese instante apareció una imagen reveladora. Al ver la imagen, me di cuenta por qué lloraba, todo me quedó claro. Lloré de nuevo, sentí las lágrimas calientes en las mejillas, saboreé una con la lengua, y me sentí reconfortada. Pero el ruido de la radio, las palabras ininteligibles oídas como ruido, me borraron la imagen. La explicación de mi tristeza desapareció en la voz del locutor. Y entonces sí, el sueño comenzó a desaparecer, y mis esfuerzos por recordarlo se volvían inútiles. Me levanté, mascullé un “hola” apurado dirigido a Julio y fui al taller, agarré una hoja y empecé a escribir el sueño, no quería perderlo. Mientras escribía, vi a Julio pasar hacia la cocina; me miró de reojo y siguió de largo, sin interrumpirme. Se lo agradecí mentalmente. Pero no pude recuperar la imagen. Cuando terminé de escribir lo que pude recordar, volvía al dormitorio y me metía en la cama, helada, sintiendo que el sueño era muy ajeno a mí, como si no lo hubiera vivido con la intensidad con que lo viví. Me dormí al instante y me desperté a las once de la mañana, con dolor de cabeza y de malhumor.


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TERESA PUPPO 2005

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