Nos fuimos ayer de tarde a Santa Lucía. Es un balneario que queda a sesenta y ocho kilómetros de Montevideo, y es un lugar divino, super tranquilo, con unas playas llenas de pequeñas ensenadas, formadas por pequeñas penínsulas rocosas que se abren a bahías de agua clara. La arena es finita y blanca y se forman dunas grandes. Anoche Julio hizo un asado en la estufa de leña, en el estar, porque estaba frío para estar afuera. Unas mollejas (adobadas con romero) un chorizo, una morcilla salada (no me gustan las dulces) y unas tiras de asado. Y vino rojo, claro. Estaba todo buenísimo, hasta el pan, que era super tiernito y crocante. Hoy, después de desayunar en la terraza, fuimos a caminar por la playa. Estaba tan lindo que daban ganas de meterse en el agua. Metí un pie en el agua: me dio un escalofrío, estaba helada, en un instante se me pasaron las ganas de bañarme. Había poca gente (no hay mucha gente ni siquiera en pleno verano) algunos muchachos con tablas de surf y unos cuantos pescadores. Y muchas gaviotas. Me impregné de sol, de olor a yodo, del rumor del mar, del paisaje amplio, del aroma a pinos.