Sábado en cama con gripe. Tratando de mejorar para el lunes, que tengo que irme a Buenos Aires. Va cuentito.

El gatito

Supongo que el gatito cayó desde el muro que me separa de la casa de al lado. Apareció en el patio, hoy de mañana. Yo estaba en la cocina afilando los cuchillos cuando escuché el quejidito, miré a través de la ventana y lo vi, chiquitito, escondido entre las macetas de malvones, al lado del parrillero. Creo que es hijo de esa enorme gata amarilla que anda siempre por las azoteas. Es un lindo gatito, con ojos dorados -un hermoso color a miel- muy arisco. Bueno, la madre es una gata callejera. Urbana, pero salvaje. Anda de azotea en azotea, con su prole alrededor. En primavera siempre se escuchan los aullidos de las gatas. De gata en celo, dicen. En realidad las pobres gritan de dolor, desesperadas porque el glande del gato se hincha y sus rugosidades se incrustan en las paredes de la vagina cuando este eyacula, y mantiene al macho ahí atrapado un buen rato, hasta que larga todo el semen. Él tironea, tratando de zafar del asunto. Mientras, la gata grita. Cosas de la naturaleza. Se asegura la procreación.

Es un gatito bien común, tiene la piel rayada gris y blanca. Esos gatos vulgares son los mas lindos, parecen tigres grises en miniatura. Habitualmente se asoman unos cuantos gatos por acá, no sé cual de todos será el padre, no he visto ninguno con ese pelo. Hay uno bien negro, de un negro brillante y otro gris medio flaco, otro barcino todo manchado: negro, gris, blanco, amarillo. Ese es elegante, lustroso. Me encantan los gatos. Puede ser que este gatito se amanse de a poco, si lo hace me lo quedo y lo crío. Hace un rato le alcancé un plato lleno de leche tibia. En cuanto me aproximé se trepó al techo del parrillero dando unos saltitos rápidos y ahí se quedó, como a la defensiva, siguiendo con sus ojos atentos todos mis movimientos. Cada vez que me acercaba se erizaba todo y me mostraba las uñas. Le hablé quedo, con ternura, para que no se sintiera amenazado. No hubo caso. Se mantuvo ahí arrinconado, contra la chimenea, debía estar muy asustado. De vez en cuando largaba un aullidito infantil, llamando a la madre, claro. La gata daba vueltas y vueltas sobre el muro, le contestaba con maullidos, pero no se animó a bajar. Si no baja por algo es. No confía en la gente. Es tan arisca como el gatito. Coloco el plato con leche en el piso, agrego un poco de carne picada, puede ser que la gata se tiente y baje a buscarlo. Si no viene, el gatito se va a morir de hambre. Sus aullidos son cada vez mas desesperados.

Me quedo espiando atrás de la puerta, por fin, la gata se decidió. Me acerco, parece recelosa, pero trato de interesarla hablándole suavemente. Le siseo -no sé por qué el siseo atrae a los gatos- mientras le muestro la carne, hasta que se vuelve un poco mas confiada. No es regalada, esta gata. Apoyo la tabla con un trozo de carne sobre la mesada del parrillero. Corto un pedacito y lo tiro cerca de ella. Se aproxima, lo olfatea. Se lo come. Sube al techo del parrillero y se frota contra el pequeño, que ahora ya maúlla sin inquietud. Le ofrezco más carne. La gata baja a la mesada de un salto, da unos pasos, ronronea amigable y come el bocado que le alcanzo. Corto otro. Lo pongo en la tabla, y siempre hablándole, se lo ofrezco. Ya más segura, se acerca e inclina la cabeza para comer. Con un movimiento rápido, bajo el cuchillo que sostenía en mi mano derecha que se hunde en su cuello sin dificultad, lo atraviesa y la deja clavada en la tabla. La degüello con celeridad, la desangro, le quito el pellejo. La desmiembro prolijamente, patitas, muslos, paletas, costillitas con lomo. Descarto el resto en una bolsa. Dos zanahorias, dos cebollas en juliana, un puerro y dos dientes de ajo bien picaditos. Panceta. Aceite de oliva, laurel, tomillo. Doro la carne y salto las verduras. Cubro todo con caldo y lo dejo hervir a fuego muy lento. Dejo una lata de arvejas abierta para agregar al final, sería mejor si tuviera frescas, pero no tengo. El gatito está tomando la leche.

Etiquetas: noviembre 05

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